Ana Luisa Morán
La novela es
una obra literaria en la que se narra una acción fingida en todo o en parte y
cuyo fin es causar placer estético a los lectores con la descripción o pintura
de sucesos o lances interesantes así como de personajes, pasiones y costumbres,
que en muchos casos sirven de insumos para la
propia reflexión o introspección.
La
vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española de
la Real Academia Española la define de manera más general como una
«obra literaria narrativa de cierta extensión» y como un «género literario
narrativo que, con precedente en la Antigüedad grecolatina, se desarrolla a
partir de la Edad Moderna. La novela se distingue por su carácter abierto
y su capacidad para contener elementos diversos en un relato complejo. Este
carácter abierto permite que el autor tenga la libertad para integrar
personajes, introducir historias cruzadas o subordinadas unas a otras,
presentar hechos en un orden distinto a aquel en el que se produjeron o incluir
en el relato textos de distinta naturaleza: cartas, documentos administrativos,
leyendas, poemas, etc. Todo ello da a la novela mayor complejidad que la que
presentan los demás subgéneros narrativos.
Características de la novela
Las bases de una novela son
las siguientes:
La novela es escrita en forma
de prosa
Cuida la estética de las
palabras
El desarrollo de personajes es
más profundo que en un cuento o un relato
Una narrativa extensa: las
novelas tienen, generalmente, entre 60 000 y 200 000 palabras, o de
300 a 1200 páginas o más.
Aquí radica la diferencia con
el cuento y el relato. Existe una zona difusa entre cuento y
novela que no es posible separar en forma tajante. A veces se utiliza el
término nouvelle o novela corta para designar los textos
que parecen demasiado cortos para ser novela y demasiado largos para
ser cuento; pero esto no significa que haya un tercer género (por el
contrario, duplicaría el problema porque entonces habría dos límites para
definir en lugar de uno).
Tipos de novela
La novela es el reino de la
libertad de contenido y de forma. Es un género proteico que presenta a lo largo
de la historia múltiples formas y puntos de vista.
Para clasificar este género ha
de tenerse en cuenta que existen diversos criterios, empleados por las
distintas tipologías propuestas:
Por el tono que mantiene la
obra, se habla de:
Por la forma:
Según el público al que llegue
o el modo de distribución, se habla de:
Superventas o best
seller
Novela por entregas o novela folletinesca
Atendiendo a su contenido, las
novelas pueden ser:
Costumbrista o de costumbres:
describe el ambiente en que se mueven y las formas de vida cotidiana de un
grupo social concreto: costumbres, personajes típicos. Dentro de este tipo de
novela, según el estilo, se dio lugar al realismo y al naturalismo.
Es un género típico del siglo XIX, con autores como Balzac y Zola en Francia;
Dickens; Gógol y Turguénev en Rusia; en España: Fernán Caballero, F. Trigo,
Pardo Bazán, Pereda o Blasco Ibáñez.
Social: disminuye en lo
posible la descripción de vidas individuales, sustituyéndolas por una
colectividad, pues no importa el ser humano en sí, sino como parte de un grupo
o clase social. Su actitud es crítica, con afán de denunciar situaciones,
ambientes y modos de vida de un grupo. Fue cultivada en España en
los años 1950: novela social española
Hay que añadir a esta lista
otras tipologías que toman como criterio el estilo de la obra y entonces se
habla de:
O, si se consideran sus
argumentos, puede hablarse de
Novela de
tesis: Es la que da más importancia a las intenciones del autor,
generalmente ideológicas, que a la narración. Muy cultivada en el siglo XIX,
especialmente por Fernán Caballero y el Padre Coloma
Desde finales del periodo
victoriano hasta la actualidad, algunas de estas variedades se han convertido
en auténticos subgéneros (ciencia ficción, novela rosa) muy populares, aunque a
menudo ignorados por los críticos y los académicos; en tiempos recientes, las
mejores novelas de ciertos subgéneros han empezado a ser reconocidas como
literatura seria.
ANTECEDENTES
Existe toda una tradición de largos relatos
narrativos en verso, propios de tradiciones orales, como
la sumeria (Epopeya de Gilgamesh) y la hindú (Ramaiana y Majabhárata).
Estos relatos épicos en verso se dieron igualmente
en Grecia (Homero) y Roma (Virgilio). Es aquí donde se
encuentran las primeras ficciones en prosa, tanto en su modalidad satírica (con El
Satiricón de Petronio, las increíbles historias de Luciano de
Samosata y la obra protopicaresca de Lucio Apuleyo El Asno de Oro).
Dos géneros aparecen en la época helenística que se retomarían en el
Renacimiento y están en el origen de la novela moderna: la novela
bizantina (Heliodoro de Émesa) y la novela pastoril (Dafnis y
Cloe, de Longo).
EDAD MEDIA
La Novela de Genji (Genji
Monogatari) de Murasaki
Shikibu es una obra clásica de la literatura
japonesa y está considerada como una de las novelas más antiguas de la
historia.
En Occidente, en
los siglos XI y XII, surgieron los romances, que eran
largas narraciones de ficción en verso, que se llamaron así por estar escritos
en lengua romance. Se dedicaron especialmente a
temas histórico-legendarios, en torno a personajes como el Cid o
el ciclo artúrico.
En el Siglo XIII, el
mallorquín Ramon Llull escribe las primeras novelas
modernas occidentales: Blanquerna y Félix o libro de las
maravillas, así como otros relatos breves en prosa como el Libro de las
bestias.
En los siglos
XIV y XV surgieron los primeros romances en prosa: largas
narraciones sobre los mismos temas caballerescos, sólo que evitando el verso
rimado. Aquí se encuentra el origen de los libros de caballerías. En China se
escriben dos de las cuatro novelas clásicas chinas, el Romance de los Tres
Reinos (1330) de Luo Guanzhong y la primera versión
de A la orilla del agua de Shi Nai'an.
Junto a los libros de
caballerías, surgieron en el siglo XIV las colecciones de cuentos, que
tienen en Boccaccio y Chaucer sus más destacados representantes.
Solían recurrir al artificio de la "historia dentro de la historia":
no son así los autores, sino sus personajes, los que relatan los cuentos. Así,
en El Decamerón, un grupo de florentinos huye de la peste y se entretienen
unos a otros narrando historias de todo tipo; en los Cuentos de
Canterbury, son unos peregrinos que van a Canterbury a visitar la
tumba de Tomás Becket y cada uno escoge cuentos que se relacionan con
su estado o su carácter. Así los nobles cuentan historias más
"románticas", mientras que los de clase inferior prefieren historias
de la vida cotidiana. De esta forma, los verdaderos autores, Chaucer y
Boccaccio, justificaban estas historias de trampas y travesuras, de amores
ilícitos e inteligentes intrigas en las que se reía de profesiones respetables
o de los habitantes de otra ciudad.
A finales del siglo XV surge
en España la novela sentimental, como última derivación de
las convencionales teorías provenzales del amor cortés. La obra fundamental del
género fue la Cárcel de amor (1492) de Diego de San Pedro.
El cambio de un siglo a otro
estuvo dominado por los libros de caballerías. En Valencia,
este tipo de prosa novelesca se difundió al idioma
valenciano, con obras como Tirante el
Blanco "Tirant lo Blanc" de Joanot
Martorell (1460-1464)
o la novela anónima Curial e Güelfa (mediados del Siglo XV).
La obra más representativa del género fue el Amadís de Gaula (1508). Este género siguió
cultivándose el siglo siguiente, con dos ciclos de novelas:
los Amadises y los Palmerines.
Siglo XVI
La difusión de la imprenta incrementó
la comercialización de las novelas y los romances, aunque los libros impresos
eran caros. La alfabetización fue más rápida en cuanto a
la lectura que en cuanto a la escritura.
Todo el siglo estuvo dominado
por el subgénero de la novela
pastoril, que situaba el asunto amoroso en un entorno bucólico.
Puede considerarse iniciada con La Arcadia (1502), de Jacopo
Sannazaro y se expandió a otros idiomas, como el portugués (Menina y moza, 1554, de Bernardim
Ribeiro) o el inglés (La Arcadia, 1580, de Sidney).
No obstante, a mediados de
siglo, se produjo un cambio de ideas hacia un mayor realismo, superando en este punto las novelas
pastoriles y caballerescas. Así se advierte en el Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais y en la Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y
adversidades (1554), origen esta última de la novela
picaresca. En Oriente se escriben dos de las cuatro novelas clásicas
chinas, la segunda versión de A la orilla del agua (1573) de Shi Nai'an y Luo Guanzhong,
y Viaje al Oeste (1590), atribuida a Wu Cheng'en.
Siglo XVII
La novela moderna, como
técnica y género literario está en el siglo XVII en
la lengua española, siendo su mejor ejemplo Don Quijote de la Mancha (1605) de Miguel de Cervantes. Se considera como la
primera novela moderna del
mundo, ya que innova respecto a los modelos clásicos de la literatura
grecorromana como lo eran la epopeya o
la crónica.
Incorpora ya una estructura episódica según un propósito fijo premeditadamente
unitario. Se inició como una sátira del Amadis, que había hecho que Don
Quijote perdiera la cabeza. Los defensores del Amadís criticaron
la sátira porque
apenas podía enseñar algo: Don Quijote ni ofrecía un héroe al que
emular ni satisfacía con bellos diálogos; todo lo que podía ofrecer es hacer
burla de los ideales nobles. Don Quijote fue la primera obra
auténticamente anti-romance de este periodo; gracias a su forma
que desmitifica la tradición caballeresca y cortés, representa la primera obra
literaria que se puede clasificar como novela.
Con posterioridad
al Quijote, Cervantes publicó las Novelas ejemplares (1613). Por «novela» se
entendía en el siglo XVII la narración breve intermedia entre el cuento y la
novela extensa, o sea lo que hoy llamamos novela corta.3
Las Novelas ejemplares de Cervantes son originales, no siguen modelos
italianos, y frente a la crítica al Quijote, que se decía que no enseñaba nada,
pretendían ofrecer un comportamiento moral, una alternativa a los modelos
heroico y satírico. No obstante, siguió suscitando críticas: Cervantes hablaba
de adulterio, celos y crimen.
Si estas historias proporcionaban ejemplo de algo, era de acciones inmorales.
Los defensores de la "novela" respondieron que sus historias
proporcionaban buenos y malos ejemplos. El lector podía aún sentir compasión y
simpatía con las víctimas de los crímenes y las intrigas, si se narraban
ejemplos de maldad.
Surgió entonces como respuesta
a estas novelas dudosas un romance más noble y elevado, con incursiones al
mundo bucólico, siendo La Astrea (1607-27) de Honoré d'Urfé, la más famosa. Se criticaron
estos romances por su falta de realismo, a lo que sus defensores replicaban que
se trataba en realidad de "novelas en clave" (roman à clef),
en los que, de forma encubierta, se hacía referencia a personajes del mundo
real. Esta es la línea que siguió Madeleine de Scudéry, con tramas
ambientadas en el mundo antiguo pero cuyo contenido estaba tomado de la vida
real, siendo sus personajes, en realidad, sus amigos de los círculos literarios
de París.
Veinte años más tarde, Madame de La Fayette dio el paso
decisivo, siendo su obra más conocida La princesa de Clèves (1678), en la que tomaba la
técnica de la novela española, pero la adaptaba al gusto francés: en lugar de
orgullosos españoles que se batían en duelo para vengar su reputación,
reflejaba detalladamente los motivos de sus personajes y el comportamiento
humano. Era una "novela" sobre una virtuosa dama, que tuvo la
oportunidad de arriesgarse en un amor ilícito y no sólo resistió a la
tentación, sino que acrecentó su infelicidad confesando sus sentimientos a su
marido. La melancolía que su historia creaba era enteramente nueva y
sensacional.
A finales del siglo XVII se
escribieron y divulgaron, sobre todo por Francia, Alemania y Gran Bretaña,
novelitas francesas que cultivaban el escándalo. Los autores sostenían que las
historias eran verdaderas y no se narraban para escandalizar, sino para
proporcionar lecciones morales. Para probarlo, ponían nombres ficticios a sus
personajes y contaban las historias como si fueran novelas. También surgieron
colecciones de cartas, que incluían estas historietas, y que llevaron al
desarrollo de la novela epistolar.
Es entonces cuando aparecen
las primeras "novelas" originales en inglés, gracias a Aphra Behn y William
Congreve.
Siglo XVIII
El cultivo de la
novela escandalosa dio lugar a diversas críticas. Se quiso superar este
género mediante el regreso al «romance», según lo entendieron autores
como François Fénelon, famoso por su obra Telémaco (1699/1700). Nació así un
género de pretendido «romance nuevo». Los editores ingleses de Fénelon, sin
embargo, evitaron el término «romance», prefiriendo publicarlo como «nueva
épica en prosa» (de ahí los prefacios).
Las novelas y los romances de
comienzos del siglo XVIII no eran considerados parte de la "literatura",
sino otro elemento más con el que comerciar. El centro de este mercado estaba
dominado por ficciones que sostenían que eran ficciones y que se leían como
tales. Comprendían una gran producción de romances y, al final, una producción
opuesta de romances satíricos. En el centro, la novela había crecido, con
historias que no eran heroicas ni predominantemente satíricas, sino realistas,
cortas y estimulantes con sus ejemplos de conductas humanas.
Sin embargo, se daban también
dos extremos. Por un lado, libros que pretendían ser romances, pero que
realmente eran todo menos ficticios. Delarivier
Manley escribió el más famoso de ellos, su New Atalantis,
llena de historias que la autora sostenía que había inventado. Los censores se
veían impotentes: Manley vendía historias que desacreditaban a los whigs en el poder,
pero que supuestamente ocurrían en una isla de fantasía llamada Atalantis, lo
que les impedía demandar a la autora por difamación,
salvo que acreditasen que eso era lo que ocurría en Inglaterra. En el mismo
mercado aparecieron historias privadas, creando un género diferente de amor
personal y batallas públicas sobre reputaciones perdidas.
En sentido opuesto, otras
novelas sostenían que eran estrictamente de no ficción,
pero que se leían como novelas. Así ocurre con Robinson
Crusoe de Daniel Defoe,
en cuyo prefacio se manifiesta:
Si alguna vez la historia de
un hombre particular en el mundo merecía que se hiciese pública, y que se
aceptase al ser publicada, el editor de este relato cree que será esta.
(...)
El editor cree que es una justa historia de hechos; no hay ninguna apariencia
de ficción en ella...[1]
Esta obra ya advertía en su
cubierta que no se trataba de una novela ni de un romance, sino de una historia.
Sin embargo, el diseño de página recordaba demasiado al "romance
nuevo" con el que Fénelon se había hecho famoso. Y ciertamente, tal como
se entendía el término en aquella época, esta obra es cualquier cosa menos una
novela. No era una historia corta, ni se centraba en la intriga, ni se contaba
en beneficio de un final bien cortado. Tampoco es Crusoe el antihéroe de
un romance satírico, a pesar de hablar en primera persona del singular y haber
tropezado con toda clase de miserias. Crusoe no invita realmente a la risa
(aunque los lectores con gusto sabrán, por supuesto, entender como humor sus
proclamas acerca de ser un hombre real). No es el autor real sino el fingido el
que es serio, la vida le ha arrastrado a las más románticas aventuras: ha caído
en las garras de los piratas y sobrevivido durante años en una isla desierta.
Es más, lo ha hecho con un heroísmo ejemplar, siendo como era un mero marinero
de York.
No se puede culpar a los lectores que la leyeron como un romance, tan lleno
está el texto de pura imaginación. Defoe y su editor sabían que todo lo que se
decía resultaba totalmente increíble, y sin embargo afirmaban que era cierto
(o, que si no lo era, seguía mereciendo la pena leerlo como una buena alegoría).
La publicación
de Robinson Crusoe, sin embargo, no condujo directamente a la reforma del
mercado de mediados del dieciocho. Se publicó como historia dudosa, por lo que
entraban en el juego escandaloso del mercado del XVIII.
Clásicos de la novela del
siglo XVI en adelante: portada de Colección selecta de novelas(1720-22).
La reforma en el mercado de
libros inglés de principios del dieciocho vino de la mano de la producción de
clásicos. En los años 1720 se reeditaron en Londres gran
cantidad de títulos de novela clásica europea, desde Maquiavelo a Madame de La Fayette. Las
"novelas" de Aphra Behn habían aparecido en conjunto en colecciones,
y la autora del siglo XVII se había convertido en un clásico. Fénelon ya lo era
desde hacía años, al igual que Heliodoro. Aparecieron las obras de Petronio y Longo.
La interpretación y el
análisis de los clásicos ponía a los lectores de ficción en una posición más
ventajosa. Había una gran diferencia entre leer un romance, perdiéndose en un
mundo imaginario, o leerlo con un prefacio que informaba sobre los griegos,
romanos o árabes que habían producido títulos como Las
etiópicas o Las mil y una noches (que se publicó
por primera vez en Europa entre 1704 a 1715, en francés, traducción en la que
se basaron la edición inglesa y alemana).
Poco después aparecieron Los viajes de Gulliver (1726), sátira de Jonathan
Swift, cruel y despiadada frente al optimismo que emana
de Robinson Crusoe y su confianza en la capacidad del hombre para
sobreponerse.
"Ahora publicada por primera vez para cultivar los principios de la virtud
y la religión en las mentes de los jóvenes de ambos sexos, una narración que
tiene el fundamento en la verdad y la naturaleza; y al mismo tiempo entretiene
agradablemente..."
Cambió el diseño de las
portadas: las nuevas novelas no pretendieron vender ficciones al tiempo que
amenazaban con revelar secretos reales. Ni aparecían como falsas "historias
verdaderas". El nuevo título ya indicaría que la obra era de
ficción, e indicaba cómo debía tratarlas el público. Pamela, de Samuel
Richardson (1740) fue uno de los títulos que introdujo un nuevo
formato de título, con su fórmula [...], o [...]ofreciendo un ejemplo:
"Pamela, o la virtud recompensada - Ahora publicada por primera vez para
cultivar los principios de la virtud y la relgión en las mentes de los jóvenes
de ambos sexos, una narrativa que tiene el fundamento en la verdad y la
naturaleza; y al mismo tiempo entretiene agradablemente". Así dice el
título, y deja claro que es una obra creada por un artista que pretende lograr
un efecto determinado, pero para ser discutido por el público crítico. Décadas
más tarde, las novelas ya no necesitaron ser más que novelas: ficción.
Richardson fue el primer novelista que unió a la forma sentimental una
intención moralizadora, a través de personajes bastante ingenuos. Semejante
candor se ve en El vicario de Wakefield,
de Oliver Goldsmith (1766).
Mayor realismo tiene la obra
de Henry Fielding, que es influido tanto por Don Quijote como por la picaresca española.
Su obra más conocida es Tom Jones (1749).
En la segunda mitad de siglo
se afianzó la crítica literaria, un discurso crítico y
externo sobre la poesía y la ficción. Se abrió con ella la interacción entre
participantes separados: los novelistas escribirían para ser criticados y el
público observaría la interacción entre la crítica y los autores. La nueva
crítica de finales del siglo XVIII implicaba un cambio, al establecer un mercado
de obras merecedoras de ser discutidas, mientras que el resto del mercado
continuaría existiendo, pero perdería la mayor parte de su atractivo público.
Como resultado, el mercado se dividió en un campo inferior de ficción popular y
una producción literaria crítica.
Sólo las obras privilegiadas podían discutirse como obras creadas por un
artista que quería que el público discutiera esto y no otra historia.
Desapareció del mercado el
escándalo producido por DuNoyer o Delarivier Manley. No atraía a la crítica
seria y se perdía si permanecía sin discutir. Necesitó al final su propio tipo
de periodismo escandaloso, que se desarrolló hasta convertirse en la prensa
amarilla. El mercado inferior de la ficción en prosa siguió
enfocando la inmediata satisfacción de un público que disfrutaba su permanencia
en el mundo ficticio. El mercado más sofisticado se hizo complejo, con obras
que jugaban nuevos juegos.
En este mercado alto, podía
verse dos tradiciones que se desarrollaban: obras que jugaban con el arte de la
ficción —Laurence Sterne y su Tristram
Shandy entre ellas— el otro más cercano a las discusiones que
prevalían y modos de su audiencia. El gran conflicto del siglo XIX, de si el
artista debe escribir para satisfacer al público o para producir el arte por el arte, aún no había llegado.
La ilustración francesa
utilizó la novela como instrumento de expresión de ideas filosóficas.
Así, Voltaire,
escribió el cuento satírico Cándido o El optimismo (1759), contra el optimismo
de ciertos pensadores. Poco después, sería Rousseau el
que reflejaría su entusiasmo por la naturaleza y la libertad en la novela sentimental Julia o la nueva Eloísa(1761) y en la larga novela
pedagógica Emilio (1762).
La novela sentimental se
manifiesta en Alemania con Las cuitas del joven Werther, de Johann Wolfgang von Goethe (1774), se situó a la
encabezada del nuevo movimiento, y forjó tal sentimiento de compasión y
comprensión que muchos estaban preparados a seguir a Werther en su suicidio.
En esta época también se hizo popular Bernardin de Saint-Pierre,
con su novela Pablo y Virginia (1787), que narra el amor
desgraciado entre dos adolescentes en una isla tropical.
En China se escribe al acabar
el siglo la última de las cuatro novelas clásicas, el Sueño de las mansiones
rojas, también llamada Sueño en el pabellón rojo (1792)
de Cao Xueqin.
Edad Contemporánea
Siglo XIX
A finales del siglo XVIII
aparecen unas novelas cargadas de un sentimentalismo melancólico que abren el
período romántico que se desarrolla plenamente en el siglo XIX con
la aparición de la novela histórica, psicológica, poética y
social. El género alcanza su perfección técnica con el realismo y el naturalismo.
Es en esta época en la que la novela alcanza su madurez como género. Su forma y
su estética ya no cambiaron más hasta el siglo XX: su división en capítulos, la
utilización del pasado narrativo y de un narrador omnisciente.
Uno de los primeros exponentes
de la novela en este siglo es la novela gótica. Desde comienzos del siglo XVII
la novela había sido un género realista contrario al romance y su desmesurada fantasía. Se
había tornado después hacia el escándalo y por esto había sufrido su primera
reforma en el siglo XVIII. Con el tiempo, la ficción se convirtió en el campo
más honorable de la literatura. Este desarrollo culminó en una ola de novelas
de fantasía en el tránsito hacia el siglo XIX, en las que se acentuó la
sensibilidad y se convirtió a las mujeres en sus protagonistas. Es el
nacimiento de la novela gótica. El clásico de la novela gótica
es Los misterios de Udolfo (1794), en la
que, como en otras novelas del género, la noción de lo sublime (teoría
estética del siglo XVIII) es crucial. Los elementos sobrenaturales también son
básicos en estas y la susceptibilidad que sus heroínas mostraban hacia ellos
acabó convirtiéndose en una exagerada hipersensibilidad que fue parodiada
por Jane Austen con La abadía de Northanger (1803). La
novela de Jane Austen introdujo un estilo diferente
de escritura, la "comedia de costumbres". Sus novelas a
menudo son no solo cómicas, sino también mordazmente críticas de la cultura
restrictiva y rural de principios del siglo XIX. Su novela más conocida
es Orgullo y prejuicio (1811).
El gato Murr, de E.T.A.
Hoffmann, edición de 1855.
También es en este siglo
cuando se desarrolla el Romanticismo,
que, contrariamente a lo que se pudiera pensar, no cultivó tanto el género
novelístico. Byron, Schiller, Lamartine o Leopardi prefirieron
el drama o
la poesía,
pero aun así fueron los primeros en darle un lugar a la novela dentro de sus
teorías estéticas.
En Francia,
sin embargo, los autores prerrománticos y románticos se
consagraron más ampliamente a la novela. Se puede citar a Madame de Staël, Chateaubriand, Vigny (Stello,
Servidumbre y grandeza militar, Cinq-mars), Mérimée (Crónica del reinado de Carlos IX,
Carmen, Doble error), Musset(Confesión
de un hijo del siglo), George Sand (Lélia, Indiana) e
incluso el Victor Hugo de (Nuestra Señora de París).
En Inglaterra,
la novela romántica encuentra su máxima expresión con las hermanas Brontë (Emily Brontë, Charlotte Brontë y Anne Brontë)
y Walter Scott,
cultivador de una novela histórica de carácter tradicional y
conservador, ambientada en Escocia (Waverley, Rob Roy) o la Edad Media (Ivanhoe o Quintin Durward). En Estados
Unidos, cultivó este tipo de novela Fenimore Cooper, siendo su obra más
conocida El último mohicano. En Rusia, puede citarse la
novela en verso de Pushkin, Eugenio
Oneguin y en Italia, Los Novios de Alessandro Manzoni (1840-1842).
Las obras de Jean Paul y E.T.A.
Hoffmann están dominadas por la imaginación, pero conservaron
la estética heteróclita del siglo XVIII,
de Laurence Sterne y de la novela gótica.
Por otro lado está la
novela realista, que se caracteriza por la
verosimilitud de las intrigas, que a menudo están inspiradas por hechos reales,
y también por la riqueza de las descripciones y de la psicología de los
personajes. La voluntad de construir un mundo novelístico a la vez coherente y
completo vio su culminación con La Comedia
humana de Honoré de Balzac, así como con las obras
de Flaubert y Maupassant y
acabó evolucionando hacia el naturalismo de Zola y
hacia la novela psicológica.
En Inglaterra encontramos
autores como Charles Dickens, William Makepeace Thackeray, George Eliot y Anthony
Trollope, en Portugal, Eça de
Queiroz y en Francia a Octave
Mirbeau, los cuales tratan de presentar una "imagen
global" de toda la sociedad. En Alemania y en Austria, se impone el
estilo Biedermeier, una novela realista con rasgos
moralistas (Adalbert Stifter).
Este es el gran siglo de
la literatura rusa, que dio numerosas obras
maestras al género novelístico, especialmente en el estilo realista: Anna Karénina de León Tolstói (1873-1877), Padres e hijos de Iván Turguénev (1862), Oblómov de Iván
Goncharov (1858). También la obra novelística de Fiódor Dostoyevski como, por ejemplo, la
novela Los hermanos Karamázov puede por
ciertos aspectos ser relacionada con este movimiento.
Es en el siglo XIX cuando el
mercado de la novela se separa en "alta" y "baja"
producción. La nueva producción superior puede verse en términos de tradiciones
nacionales, a medida que el género novelístico reemplazaba a la poesía como
medio de expresión privilegiado de la conciencia nacional, es decir, se buscaba
la creación de un corpus de literaturas nacionales. Pueden citarse como
ejemplo La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne (Estados Unidos,
1850), Eugenio Oneguin de Aleksandr
Pushkin (Rusia, 1823-1831), Soy un gato de Natsume
Sôseki (Japón, 1905), Memorias póstumas de Blas Cubas de Machado de Assis (Brasil,
1881) o La muerte de Alexandros Papadiamantis (Grecia,
1903).
La producción inferior se
organizaba más bien en géneros por un esquema que se deriva del espectro de
géneros de los siglos XVII y XVIII, aunque vio el nacimiento de dos nuevos
géneros novelísticos populares: la novela policiaca con Wilkie
Collins y Edgar Allan
Poe y la novela de ciencia-ficción con Julio Verne y H. G. Wells.
Con la separación en la
producción la novela probó que era un medio para una comunicación tanto íntima
(las novelas pueden leerse privadamente mientras que las obras de teatro son
siempre un acontecimiento público) como públicamente (las novelas se publican y
así se convierten en algo que afecta al público, si no a la nación, y sus
intereses vitales), un medio de un punto de vista personal que puede abarcar el
mundo. Nuevas formas de interacción entre los autores y el público reflejaban
estos desarrollos: los autores hacían lecturas públicas, recibían premios
prestigiosos, ofrecían entrevistas en los medios de comunicación y actuaban como
la conciencia de su nación. Este concepto del novelista como una figura pública
apareció a lo largo del siglo XIX.
Siglo XX
El inicio del siglo XX trajo
consigo cambios que afectarían a la vida diaria de las personas y también de la
novela. El nacimiento del psicoanálisis,
la lógica de Wittgenstein y Russell,
del relativismo y los avances de la lingüística provocan
que la técnica narrativa intente también adecuarse a una nueva era. Las
vanguardias en las artes plásticas y la conmoción de las dos
guerras mundiales, también tienen un gran peso en la forma de la novela del
siglo XX. Por otro lado, la producción de novelas y de los autores que se
dedican a ellas vio en este siglo un crecimiento tal, y se ha manifestado en
tan variadas vertientes que cualquier intento de clasificación será sesgado.
Una de las primeras
características que pueden apreciarse en la novela moderna es la influencia del
psicoanálisis. Hacia finales del siglo XIX, numerosas novelas buscaban
desarrollar un análisis psicológico de sus personajes. Algunos ejemplos son las
novelas tardías de Maupassant, Romain
Rolland, Paul Bourget, Colette o D.H. Lawrence.
La intriga, las descripciones de lugares y, en menor medida, el estudio social,
pasaron a un segundo plano. Henry James introdujo
un aspecto suplementario que se tornaría central en el estudio de la historia
de la novela: el estilo se convierte en el mejor medio para reflejar el
universo psicológico de los personajes. El deseo de aproximarse más a la vida
interior de éstos hace que se desarrolle la técnica del monólogo interior, como ejemplifican El
teniente Güstel, de Arthur
Schnitzler (1901), Las olas de Virginia
Woolf (1931), y el Ulises de James Joyce (1922).
Por otro lado, en el siglo XX
también se manifiesta una vuelta al realismo con la novela vienesa, con la que
se buscaba recuperar el proyecto realista de Balzac de construir una novela
polifónica que reflejara todos los aspectos de una época. Así, encontramos
obras como El hombre sin cualidades de Robert Musil (publicado
póstumamente en 1943) y Los
Sonámbulos de Hermann Broch (1928-1931).
Estas dos novelas integran largos pasajes de reflexiones y comentarios
filosóficos que esclarecen la dimensión alegórica de la obra. En la tercera
parte de Los sonámbulos, Broch alarga el horizonte de la novela mediante
la yuxtaposición de diferentes estilos: narrativa, reflexión, autobiografía,
etcétera.
Podemos encontrar también esta
ambición realista en otras novelas vienesas de la época, como las obras de: (Arthur
Schnitzler, Heimito von Doderer, Joseph Roth)
y con más frecuencia en otros autores en lengua alemana como Thomas Mann,
que analiza los grandes problemas de nuestro tiempo, fundamentalmente la guerra
y la crisis espiritual en Europa con obras como La montaña mágica, y también Alfred Döblin o Elias Canetti,
o el francés Roger Martin du Gard en Les
Thibault (1922-1929) y el americano John Dos
Passos, en su trilogía U.S.A. (1930-1936).
En busca del tiempo perdido, con
correcciones del autor.
La búsqueda y la
experimentación son otros dos factores de la novela en este siglo. Ya a
comienzos, y quizá antes, nace la novela experimental. En
este momento la novela era un género conocido y respetado, al menos en sus
expresiones más elevadas (los "clásicos") y con el nuevo siglo
muestra un giro hacia la relatividad y la individualidad: la trama a menudo
desaparece, no existe necesariamente una relación entre la representación
espacial con el ambiente, la andadura cronológicase
sustituye por una disolución del curso del tiempo y nace una nueva relación
entre el tiempo y
la trama.
Con En busca del tiempo perdido de Marcel
Proust y el Ulises de James Joyce, la concepción de la
novela como un universo encuentra su fin. En cierta manera es también una continuación
de la novela de análisis psicológico. Estas dos novelas tienen igualmente la
particularidad de proponer una visión original del tiempo: el tiempo cíclico de
la memoria en Proust, el tiempo de un solo día dilatado infinitamente de Joyce.
En este sentido, estas novelas marcan una ruptura con la concepción tradicional
del tiempo en la novela, que estaba inspirado en la historia. En este sentido
también podemos aproximar la obra de Joyce con la de la autora inglesa Virginia
Woolf y el americano William
Faulkner.
La entrada del modernismo y el humanismo en
la filosofía occidental, así como la conmoción causada por dos guerras mundiales
consecutivas provocaron un cambio radical en la novela. Las historias se
tornaron más personales, más irreales o más formales. El escritor se encuentra
con un dilema fundamental, escribir, por un lado, de manera objetiva, y por el
otro transmitir una experiencia personal y subjetiva. Es por esto que la novela
de principios del siglo XX se ve dominada por la angustia y la duda. La novela existencialista de
la que se considera a Søren Kierkegaard como su precursor
inmediato con novelas como Diario de un seductor es
un claro ejemplo de esto.
Otro de los aspectos novedosos
de la literatura de comienzos de siglo es la novela corta caracterizada
por una imaginación sombría y grotesca, como es el caso de las novelas de Franz Kafka,
también de corte existencialista, como El proceso o La
metamorfosis.
Especialmente en los años 1930
podemos encontrar diversas novelas de corte existencialista. Estas novelas son
narradas en primera persona, como si fuera un diario, y los temas que más
aparecen son la angustia, la soledad, la búsqueda de un sentido para la
existencia y la dificultad comunicativa. Estos autores son generalmente
herederos del estilo de Dostoievski, y su obra más representativa
es La náusea de Jean-Paul
Sartre. Otros autores existencialistas notables son Albert Camus,
cuyo estilo minimalista le sitúa en un contraste directo con Sartre, Knut Hamsun, Louis-Ferdinand Céline, Dino Buzzati, Cesare Pavese y
la novela absurdista de Boris Vian. La novela japonesa de después de la
guerra también comparte similitudes con el existencialismo, como puede
apreciarse en autores como Yukio Mishima, Yasunari
Kawabata, Kōbō Abe o Kenzaburō Ōe.
La dimensión trágica de la
historia del siglo XX se encuentra largamente reflejada en la literatura de la
época. Las narraciones o testimonios de aquellos que combatieron en ambas
guerras mundiales, los exiliados y los que escaparon de un campo de concentración trataron de
abordar esa experiencia trágica y de grabarla para siempre en la memoria de la
humanidad. Todo esto tuvo consecuencias en la forma de la novela, pues vemos
aparecer gran cantidad de relatos que no son ficción que emplean la técnica y
el formato de la novela, como pueden ser Si esto es un hombre (Primo Levi,
1947), La noche (Elie Wiesel, 1958) La especie
humana (Robert Antelme, 1947) o Ser sin
destino (Imre Kertész, 1975). Este tipo de novela
influenciaría después otras novelas
autobiográficas de autores como Georges Perec o Marguerite
Duras.
También en el siglo XX,
aparece la distopía o antiutopía. En estas novelas la dimensión
política es esencial, y describen un mundo dejado a la arbitrariedad de una
dictadura. Entre las obras más notables se encuentran El proceso de Franz Kafka, 1984 de George Orwell, Un mundo
feliz de Aldous Huxley,
y Nosotros de Yevgeni
Zamiatin.
Boom latinoamericano
También después de la Segunda
Guerra Mundial se desarrolla el llamado boom latinoamericano con exponentes
notables y talentosos, situación que se presenta en los años 1960 y alcanza su
apogeo en la década de los 1970 y principios de los 1980. Entre estos se puede
citar a Julio Cortázar y su obra Rayuela (1963); Gabriel García Márquez, colombiano, cuyo
libro más conocido es Cien años de soledad (1967) y de
quien el género más destacado es el llamado realismo mágico; Mario Vargas Llosa, peruano, autor de La ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras o La tía Julia y el escribidor; Carlos
Fuentes, autor de La región más transparente, Aura, La muerte
de Artemio Cruz, entre otros libros; y José Donoso,
cuyas obras más destacadas son El lugar sin límites y El obsceno
pájaro de la noche, entre otros autores.
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