Estructura
narrativa
y
personajes principales del Quijote
Ana Luisa Morán
El Quijote de la Mancha es
considerada, por unos, como una novela de caballería; otros, la señalan como el
fin de la novela caballeresca y muchos como una parodia de las novelas de
nobles caballeros. Sin duda, es una sátira de los libros de caballerías y un
remedo de ellos. Ahora bien, el principio que parece guiar a Cervantes en la
composición de su magna obra es el de que mayor será el efecto paródico cuanto
más se imite la propia estructura narrativa y otros elementos de este género
literario. De ahí, que pudiera parecer sorprendente la semejanza entre el uno y
los otros.
Nada más abrir el libro se advierte
la intención satírica y paródica del autor, no sólo por la declaración expresa
de éste antes citada, sino también por los poemas burlescos firmados por héroes
fabulosos, como Amadís de Gaula, de los libros de caballerías que precisamente
se persigue parodiar. Más adelante, al analizar el remedo burlesco por parte de
Cervantes del estilo de las novelas de caballerías, volveremos sobre estos
poemas. Todos los elementos compositivos de la obra denuncian esa intención: la
estructura narrativa, la construcción de los personajes principales, las
aventuras, el estilo literario y el heroísmo quijotesco, que pasamos a analizar
seguidamente desde la perspectiva de la interpretación del Quijote como novela
cómica y paródica.
La estructura narrativa
La acción
o trama de la novela se puede resumir en pocas palabras: el protagonista, enloquecido por la lectura de libros de caballerías, se cree un caballero
andante, que lo en ellos relatado es verdad histórica y que, siendo posible
restaurar en los «calamitosos» tiempos presentes los ideales caballerescos,
decide lanzarse al mundo en pos de aventuras con el fin de hacer prevalecer en
él la justicia, la bondad y la paz; pero, tras un sinfín de avatares, de los
que normalmente sale golpeado, burlado y humillado, regresa finalmente
derrotado a su aldea donde enferma gravemente, recupera la cordura, hace
testamento y muere cristianamente.
Se trata
de una novela de viajes o itinerante, al igual que lo habían sido los libros de
caballerías, en los cuales los héroes constantemente salen por campos y
bosques, acompañados de sus escuderos, en busca de aventuras. Tres son los
viajes o salidas que emprende don Quijote, cada uno de los cuales tiene su
propio itinerario y serie de peripecias, pero todos ellos, lejos de realizarse
por tierras lejanas y exóticas, un tanto fantásticas, tienen lugar por un
espacio geográfico real, España, por su zona central y nordeste, concretamente
por la Mancha, Aragón y Cataluña.
Únicamente
en la tercera salida el hidalgo manchego se marca una meta: participar en las
justas de Zaragoza, destino que luego sobre la marcha alterará para dirigirse a
las justas celebradas en Barcelona por san Juan, pero el camino que va a
conducir a la pareja inmortal hasta la capital aragonesa en parte es resultado
del albur, con un amplio giro por la Mancha oriental antes de emprender una
ruta más derecha hacia Aragón.
La primera
salida, iniciada al amanecer de un caluroso mes de julio y de apenas unos días
de duración, tres concretamente, la más corta de las tres, conduce a don
Quijote por el área de la Mancha próxima a su lugar de origen y regresa
vapuleado a casa tras ser recogido por un vecino suyo, Pedro Alonso. En esta
primera salida todavía no le acompaña Sancho Panza. La estructura de este corto
viaje, con su salida y vuelta, lo muestra derrotado de sus primeras empresas
caballerescas, prefigura la estructura de sus otros viajes, de más larga
duración. La segunda salida, que va a durar unos dos meses, transcurre por los
campos de Montiel, desde donde, tras la aventura de los galeotes, para no ser
apresados por los cuadrilleros de la Santa Hermandad, huyen a Sierra Morena y
desde allí regresan de nuevo a su aldea, esta vez enjaulado.
Las
ventas tienen un papel central en este segundo viaje, don Quijote las toma por castillos: la primera de ellas,
porque allí se realiza la ceremonia de armarse caballero; pero es especialmente
importante la segunda, la de Juan Palomeque, porque en ella suceden episodios
importantes, desde ella parten el héroe
y su escudero en busca de nuevas aventuras,
y a ella regresan después de la expedición a Sierra Morena; también de ella parten con el héroe enjaulado sobre un
carro tirado por bueyes hacia su aldea acompañados de un cortejo de personajes
y finalmente porque en ella convergen varias historias que
se entretejen con la narración principal en torno a nuestro héroe: las
historias de Cardenio y Luscinda, de don Fernando y Dorotea, la de don Luis y
Clara, de carácter sentimental, la historia del cautivo, que contiene muchos
elementos autobiográficos del propio Cervantes, y además en la venta se lee la
novelita sentimental, de corte italiano, El curioso impertinente. Es
verdaderamente asombrosa la maestría narrativa del autor que consigue conducir
con brillantez y naturalidad todas esas historias al compás de la trama
principal, con la cual se integran sin mayor dificultad.
El tercer
viaje discurre por la zona oriental de la Mancha, entre Albacete y Cuenca, y
desde allí, luego de haber descendido hasta las lagunas de Ruidera, para
visitar la cueva de Montesinos, emprenden viaje hasta Zaragoza, con la excusa
de que allí se van a celebrar unas justas, en las que piensa participar don
Quijote, pero, habiéndose enterado en una venta, antes de entrar en la ciudad,
de la circulación de una segunda parte apócrifa de su historia en la que se
afirma que él ha entrado en Zaragoza, decide no entrar en la ciudad para así
desautorizarla y cambiar su itinerario dirigiéndose a Barcelona, para luego
regresar, una vez derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, en realidad su
paisano Sansón Carrasco, a su aldea y allí morir en paz, no sin antes recobrar
la cordura y abjurar de sus andanzas caballerescas y de los libros de
caballerías.
Esta
tercera salida se narra en la segunda parte del Quijote y transcurre durante el
verano de 1614. Si en la segunda salida es una venta el lugar en torno al cual
se organiza la sucesión de episodios, en la tercera salida, la más larga de las
tres y que ocupa gran parte de la segunda parte del Quijote, a partir del
capítulo octavo, ese papel lo desempeña el castillo de los Duques, cerca de
Zaragoza, donde transcurren la mayoría de las aventuras de nuestro noble
hidalgo y su escudero (II, 30-55) y de donde ambos saldrán, no vapuleados y
molidos físicamente, como solía ocurrir en la primera parte, sino torturados
psicológica y moralmente.
Como se
ve, cada salida lleva aparejado el retorno al punto de origen, lo que ha
llevado a algunos cervantistas, como Joaquín Casalduero en Sentido
y forma del Quijote, ( ) a hablar
de la composición circular de la novela. El argumento ciertamente es circular,
pues se reduce a contarnos la salida del hidalgo manchego de su aldea en pos de
aventuras y su vuelta al hogar derrotado tras fracasar en cada una de sus tres
salidas al mundo. Pero esta estructura circular de la novela no tiene nada que
ver con el significado metafísico que Casalduero quiere atribuirle, pues en esa
forma circular del argumento pretende ver nada menos que la expresión de la
idea del Destino, de manera que en la primera salida ve ya, aunque de forma
esquemática, pero menos metafísica, el destino de don Quijote en su totalidad.
En
realidad, la forma circular de la novela no es sino un remedo de las novelas de
caballerías, que se caracterizaban por esta configuración. Ya en la literatura
artúrica se detecta este esquema: Lanzarote, una vez convertido en caballero de
la Mesa Redonda, realiza una serie de salidas y retornos que tienen como centro
la corte del rey Arturo. En las dos cumbres del género caballeresco español la
presencia de la forma argumental circular es harto manifiesta.
En el
Amadís, paralelamente a Lanzarote, el héroe, luego de incorporarse como
caballero a la corte del rey Lisuarte, emprende múltiples viajes aventureros
que tienen la corte real como punto de salida y de retorno. En cuanto a Tirante
el Blanco su composición circular no puede ser más impecable y a la vez más compleja
que en los casos precedentes. Toda su trama argumental se desenvuelve en tres
círculos encadenados de amplitud creciente tanto en extensión como en la
calidad de las aventuras y cuyo centro se desplaza de lugar.
El primer
círculo tiene como foco su tierra natal, la Pequeña Bretaña, a la que regresa
después de su exitosa campaña como caballero en las fiestas organizadas con
ocasión de la boda del rey de Inglaterra; el segundo círculo tiene
como centro Sicilia, a donde retorna tras su campaña norteafricana en compañía
del rey de Francia; y el tercer círculo está centrado en Constantinopla, donde
Tirante llegará al apogeo de su gloria, luego de haber conquistado el norte de
África y recobrar el Imperio griego y presentarse ante el palacio imperial de
la capital como un héroe victorioso.
En los
libros de caballerías el regreso al punto de origen del círculo tiene el
sentido de reconocer, honrar y festejar al caballero heroico por sus victorias.
En el Quijote su organización circular posee un sentido burlesco de las novelas
de caballerías. La humillante vuelta del hidalgo, vapuleado, por la noche y
cargado sobre un burro en su primer viaje; el regreso enjaulado como fin del
segundo viaje; y el retorno, derrotado en su tercera y definitiva escapada, por
un camino en el que no la van a faltar nuevas humillaciones, no son sino una
imitación satírica de los solemnes y fabulosos retornos de los héroes
caballerescos, recibidos con todos los honores y destinatarios de toda suerte
de agasajos.
Se ha dicho,
por ejemplo por Juan Valera y Martín de Riquer, (2000) entre otros, que la
trama del Quijote es inexistente o que carece de unidad. Esto es cierto en el
sentido de que no hay un comienzo, un desarrollo y un desenlace o final exigido
por el curso de la acción. Pero éste no es un rasgo singular de la novela
cervantina, sino común a los libros de caballerías. Como en éstos, la única
unidad que la acción narrativa posee viene dada por el hilvanamiento de los
sucesivos episodios en torno a la figura del héroe y su inseparable escudero.
Es
costumbre en los libros de caballerías recoger en un epígrafe al comienzo de
cada capítulo a modo de resumen un adelanto de la principal aventura o
peripecia que se va a relatar, aunque a veces se cuentan también otras no anunciadas
en aquél expresamente, sino vagamente sugeridas, sin duda con la intención de
sorprender al lector con algo inesperado.
Cervantes va a imitar ambos
procedimientos, aunque al primero le imprimirá un toque burlesco; en cuanto al
segundo, a veces dedica todo un capítulo a contarnos una única aventura, como,
por ejemplo, en la de los batanes y en otras ocasiones nos cuenta varias en un
solo capítulo. Así, por ejemplo, en el capítulo octavo de la primera parte se
nos anuncia el relato de la aventura de los molinos, pero asimismo se nos
cuentan la de los frailes de san Benito y la del vizcaíno, que se queda a
medias, anunciado con la expresión imprecisa de «otros sucesos dignos de felice
recordación».
Pero los
episodios (ocupen uno o varios capítulos, sean anunciados con precisión o
vagamente señalados para crear una atmósfera de misterio) o, como los llama
Cervantes no sin ironía, aventuras, son independientes unos de otros, de manera
que pueden leerse salteadamente o como unidades aisladas sin pérdida de
sentido, pues cada uno lo tiene por sí mismo. Esto da un carácter al Quijote de
novela abierta que deja en libertad al autor de multiplicar sin límites fijos
las aventuras del héroe y su escudero y de insertar toda suerte de contenidos,
religiosos, éticos, morales, políticos, filosófico-mundanos, &c., que
imprimen al Quijote el aspecto de novela total, que le permite reflejar la
totalidad de la vida humana y de la realidad española de su tiempo, y de ahí
también su capacidad de provocar tan variado espectro de interpretaciones.
Es
importante una observación acerca de la manera de introducir a Sancho en la
trama novelesca. Se ha comentado, por ejemplo por Martín de Riquer (1999) en “Aproximación
al Quijote”, la habilidad de Cervantes
en hacer entrar en escena a Sancho en la segunda salida, después de haber sido
armado caballero don Quijote en la primera, en la que salió en solitario. Pues
si Sancho hubiese estado en la venta donde se organizó la farsa de armar
caballero a don Quijote, pues no lo armó un caballero sino el ventero, que don
Quijote toma por alcaide de un castillo, se habría dado cuenta del engaño y de que su
futuro señor no es en realidad caballero, y creer que lo es es necesario para
que sea verosímil que Sancho lo siga como escudero.
Aunque
interesante, no nos convence esta sugerencia, y pensamos que sigue habiendo un
punto de inverosimilitud en que Sancho siga a don Quijote sin percatarse del
engaño. Recordemos que es convecino de don Quijote, que se conocen desde
siempre y, por tanto, sabe que es un hidalgo pobre y cualquier persona de su
época, aunque fuese analfabeta, como lo era Sancho, sabía perfectamente que un
hidalgo pobre no podía ser, de acuerdo con las reglas de la caballería, un
caballero.
De hecho,
la propia sobrina de don Quijote, seguramente tan analfabeta como Sancho y
harto consciente de la locura de su tío, al comienzo de la segunda parte le
reprocha vivamente la imposibilidad de poder ser caballero siendo hidalgo
pobre: «¡Que sepa vuestra merced tanto, señor tío, que, si fuese menester en
una necesidad podría subir en un púlpito e irse a predicar por esas calles, y
que con todo esto dé en una ceguera tan grande y en una sandez tan conocida,
que se dé a entender que es... caballero, no lo siendo, porque aunque lo puedan
ser los hidalgos, no lo son los pobres...!» Cervantes (2005)
Por
tanto, hubiera sido más verosímil la ficción si Cervantes le hubiese adjudicado
como escudero a alguien de otra procedencia que no conociera a don Quijote.
La construcción de don Quijote
Basta con leer el célebre primer
capítulo del Quijote para darse cuenta de la intención satírica de autor. En la
manera como nos traza la figura de don Quijote cualquiera puede adivinar la
intención de hacernos reír. Los datos que se nos proporciona sobre el
protagonista y los complementos que forman parte de su construcción, como la
armadura, el caballo, la dama de sus amores, el escudero, denuncian el carácter
paródico que envuelve la arquitectura de la novela.
Ya el propio nombre «Quijote» tiene
una connotación cómica, pues el sufijo –ote tiene un matiz ridículo. Y la
denominación completa «don Quijote de la Mancha», remedo de las denominaciones
rimbombantes de los libros de caballerías, constituye ya un primer golpe a
éstos: no se sitúa aquí la acción en tierras lejanas y extrañas, normalmente
frondosas y boscosas, como en el Amadís, sino en una región española bastante familiar
para casi todos, por el contrario, árida y seca, en la que las florestas de que
tanto se habla en aquellos son una rareza y en la que no sucedía nada
extraordinario, sino sucesos anodinos.
Enterado el lector de que el protagonista es
un hidalgo pobre, acabará descubriendo también que el uso del tratamiento de
«don» es no menos burlesco, pues los hidalgos pobres no tenían derecho a usarlo
y el arrogarse ese derecho denotaba, en la época, un afán de aparentar una
posición social por encima de sus aspiraciones. El aspecto físico del personaje
también denuncia la misma intención. En vez de un protagonista joven, esbelto,
apuesto y hermoso que con sólo mirarlo despierta suspiros en las damas, tenemos
ahora uno, que aunque alto, es casi viejo (frisa en los cincuenta años), feo y
extremamente flaco, tanto que las quijadas, como describe el propio autor
despiadadamente, se besaban la una con la otra (II, 31, 786-7). Su figura, con
sólo verla, despertaba la risa, como les sucede a las doncellas de los Duques,
que tienen que contenerse para evitar reventar de risa en su presencia.
«Mi
señora tanto ay de la igualança y ardimento [= valentía] mío al de Amadís, como
de la tierra al cielo; y muy gran locura sería de ninguno pensar de ser su
igual, porque Dios lo estremó sobre todos cuantos en el mundo son, assí en
fortaleza como en todas las otras buenas maneras que caballero deve tener.»
(III, 66, 1001) (Citamos por la edición del Amadís de Cátedra, 2005, a cargo de
Juan Manuel Cacho Blecua.)
Su
figura, con sólo verla, despertaba la risa, como les sucede a las doncellas de
los Duques, que tienen que contenerse para evitar reventar de risa en su
presencia. Si encima lo vemos vestido con una armadura arcaica, el efecto
cómico pasa ya a ser desternillante. Don Quijote, decidido a convertirse en
caballero andante, no encuentra otra que ponerse la armadura de unos
bisabuelos. Una vez que salga de esa guisa ataviado, la gente se quedará admirado
ante su aspecto grotesco, extravagante, pues tenía la apariencia, para una
persona de comienzos del XVII, de un caballero de fines del siglo XV, de la
época de la guerra de Granada, y aun de antes, quizás de mediados de ese siglo,
si es que el bisabuelo al que pudo pertenecer la armadura debió de ser Gutierre
Quijada, un caballero de los tiempos del reinado de Juan II de Castilla
(1406-1454), del que don Quijote confiesa descender por línea directa de varón.
No
menos cómico es su caballo Rocinante, cuyo nombre es ya una invitación a la
risa. En vez de un esbelto, joven, sano, fuerte y veloz corcel sobre el que
cabalgaban los caballeros de las novelas caballerescas, el hidalgo manchego
monta sobre un viejo rocín, bajo, escuálido, plagado de mataduras o llagas (más
adelante se añadirá que está también consumido por la tisis) y débil, al que ya
se le atraganta la carrera y, por tanto, inapropiado para las empresas
guerreras en las que piensa participar.
No
obstante, al noble hidalgo le parece el mejor caballo del mundo, al que ni
Bucéfalo de Alejandro ni Babieca del Cid le igualan. Nótese que el caballo de
don Quijote, con su mala traza, viene a ser un eco de la mala figura del
hidalgo y que las cualidades físicas de éste se corresponden en réplica casi
exacta con las del animal, salvo en la altura, ya que éste es de poca alzada.
Pero hasta esto parece pensado para producir un efecto de hilaridad: imaginemos
la cómica escena del larguirucho don Quijote a caballo sobre un animal bajo.
En cuanto
al aspecto psíquico del personaje, hay dos notas fundamentales que merecen
destacarse en relación con la elaboración de don Quijote como personaje
paródico.
En primer lugar, hay que referirse, por supuesto, a la bien conocida
locura que le caracteriza. Para nuestros fines, no importa saber qué clase de
enajenación mental le aquejaba desde el punto de vista de la psiquiatría
actual, por lo que dejamos este asunto de lado. Para nuestros fines nos basta
con conocer los datos que el autor nos da sobre los rasgos de la locura
quijotesca, no importa cuál sea el mejor diagnóstico psiquiátrico actual sobre
ella, para determinar su función en la construcción de la novela como obra
burlesca de los libros de caballerías. Lo primero que hemos de destacar, a este
respecto, es que la locura del hidalgo es en sí misma paródica, pues, al
hacerle creer al hidalgo que en realidad es un caballero andante y que es
posible restaurar en el detestable presente la misión de la caballería, se
convertirá en una útil herramienta en manos del autor para satirizar a cada instante
los más diversos episodios de la literatura caballeresca.
Pero esto
no es todo. Si Cervantes se hubiera conformado con haber presentado de esta
manera la locura quijotesca, no le habría sacado al personaje todo el jugo
literario que finalmente le ha exprimido. Pero él le da una vuelta de tuerca
más a la demencia del hidalgo, caracterizándola con un rasgo singular que le va
a dar un enorme juego tanto en la construcción del personaje como en la
confección global del Quijote.
El
carácter intermitente de su locura, de tal modo que a momentos de la más
completa enajenación que le lleva a pensar, sentir y a actuar como un héroe
caballeresco escapado de una novela, le suceden intervalos de lucidez en los
que se comporta cuerdamente. Esta dualidad en el proceder de don Quijote
sorprende a los personajes que tienen trato con él. Lo que llevará a algunos,
como don Lorenzo de Miranda, a definirlo como un «loco entreverado, lleno de
lúcidos intervalos»(II, 18, 684) y a otros a caracterizarlo como un «cuerdo
loco» o como un «loco cuerdo», como Sancho en una carta a su esposa, recogiendo
así, según reconoce él mismo, la opinión que circula por el castillo ducal
acerca de su amo, o como ambas cosas a la vez , esto es, «un cuerdo loco y un
loco que tira a cuerdo», según don Diego de Miranda.
Ahora
bien, las fases de lucidez del hidalgo no funcionan de cualquier manera, sino
que siguen una regla fija: su cordura sólo se manifiesta en los discursos y
conversaciones del personaje ajenos a los asuntos tocantes a los libros de caballerías y todo lo que tenga que ver con su
misión caballeresca, pues en cuanto se rozan estas cosas, resurge de nuevo la
locura. Este aspecto de la misma lo ha descrito magníficamente el cura, quien
intentando poner al corriente a Dorotea y a Cardenio sobre el género de locura
que se ha adueñado del hidalgo, dice así: «Fuera de las simplicidades que este
buen hidalgo dice tocantes a su locura, si le tratan de otras cosas discurre
con bonísimas razones y muestra tener un entendimiento claro y apacible en
todo; de manera que como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le
juzgue sino por de muy buen entendimiento.» Cervantes (2005)
A la
misma conclusión llega don Diego de Miranda, padre de don Lorenzo, tras un
proceso, perfectamente descrito por el autor, que abarca dos fases: en la
primera, luego de ver la delgada figura de don Quijote con sus armas, a caballo
sobre su viejo rocín tan macilento y de presentarse ante él con un discurso en
que hace una apología de su condición de caballero andante y de la misión que
viene desempeñando como tal, así como de la veracidad histórica de los libros
de caballerías, llega a sospechar que aquél no está en sus cabales; en la
segunda, después de escucharle un juicioso discurso acerca de la educación de los
hijos, la literatura y la sátira, por un lado, y de haberle visto, por otro
lado, emprender a renglón seguido, en agudo contraste con lo anterior, la
aventura de los leones, don Diego llega a un diagnóstico más certero sobre la
naturaleza de la insania de don Quijote:
«En todo
este tiempo no había hablado palabra don Diego de Miranda, todo atento a mirar
y a notar los hechos y palabras de don Quijote, pareciéndole que era un cuerdo
loco y un loco que tiraba a cuerdo... Ya le tenía por cuerdo y ya por loco,
porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacía,
disparatado, temerario y tonto. Y decía entre sí: ‘¿Qué más locura puede ser
que ponerse la celada llena de requesones y darse a entender que le ablandaban
los cascos los encantadores? ¿Y qué mayor temeridad y disparate que querer
pelear por fuerza con leones?’» Cervantes (2005: Cap. II)
sus
hechos..., para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo.» Y más
adelante, se explica así ante su hijo:«Le he visto hacer cosas del mayor loco
del mundo y decir razones tan discretas, que borran y deshacen.
Así,
pues, la locura quijotesca tiene dos fases: una delirante, de carácter
monomaníaco, en que los hechos, discursos y razones del hidalgo son
disparatados, pero conciernen sólo a un único tema, a la obsesión por
considerar los libros de caballerías como crónicas históricas y a considerarse
y a actuar él mismo como un nuevo caballero andante que ha de seguirlos en todo
como si fuesen la Biblia; y otra de lucidez, en que sus discursos,
conversaciones y razones son discretos y concertados, siempre y cuando no se
entre en su monotema.
Ahora
bien, conviene advertir que en los intervalos de lucidez, el sedicente
caballero manchego no deja de estar loco, pues sigue creyéndose ser don Quijote
y habla y razona manteniendo esta identidad, esto es, no habla y razona con la
conciencia de ser Alonso Quijano. Por tanto, los intervalos de cordura se dan y
presuponen la locura como rasgo de fondo del personaje, la cual no se anula
nunca, hasta que en el capítulo final recupera total y definitivamente la
sensatez.
La
singularidad de la dualidad y del carácter monomaníaco del trastorno psíquico
del protagonista es, en manos de Cervantes, un instrumento de gran fertilidad
literaria. Al tiempo que le permite, en virtud de su delirio monomaníaco,
someter a una chanza constante las novelas caballerescas, ridiculizando una y
otra vez las pretensiones heroicas de don Quijote al verse pulverizadas en
cuanto decide obrar según su dictado, le permite asimismo componer un personaje
psicológicamente más complejo.
Por otra
parte, los momentos de sensatez del personaje le proporcionan una útil y
versátil herramienta para componer discursos, diálogos, en que el ilustre
hidalgo nos aporta comentarios y disquisiciones sobre los más diversos temas y
elementos de la experiencia y existencia humanas. Esto hace que la magna novela
cervantina, en correspondencia con la dualidad del desequilibrio mental de su
protagonista, también tenga una dimensión dual, cómica y seria: cómica, en
cuanto que los dichos y hechos del sedicente caballero andante se nos ofrecen
como diatriba cómica contra la literatura de caballerías; seria, en cuanto que
lo dicho por él en su tiempos de sensatez en forma de discurso o de diálogo con
otros personajes hemos de tomarlo como enriquecedoras reflexiones que nos
ilustran acerca de prácticamente todos los aspectos relevantes de la vida
humana.
La otra
nota fundamental del personaje que merece resaltarse es la de su ingenio, cuyas
manifestaciones despiertan no menos admiración entre los testigos de las mismas
que su peculiar locura. Junto con ésta, es, sin duda, el rasgo más definitorio
de la personalidad del hidalgo. No en vano el propio autor en el título mismo
de la obra lo presenta como el elemento determinante de la figura de don
Quijote: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que en la segunda parte
se mantiene cambiando tan sólo «hidalgo» por «caballero».
Así que
el ilustre hidalgo se caracteriza por estar dotado de un entendimiento
ingenioso, esto es, creativo o inventivo. Al enloquecer, lo que pierde es el
juicio, la capacidad de su entendimiento de discernir la fantasía de la
realidad y de actuar ajustando el pensamiento a ésta, pero queda preservado
incólume el ingenio de su entendimiento. Desde esta perspectiva, se puede ver a
don Quijote, una vez desequilibrado por la intoxicación literaria de los libros
de caballerías, como un ingenio sin juicio.
Ante
esto, nuestra primera reacción ha de ser la de reconocer el talento de Cervantes
en la construcción del personaje: parece querer compensar un grave defecto del
personaje, su enajenación mental, con una gran virtud, la posesión de un buen
ingenio. De otro modo, el personaje podría resultar demasiado simple.
Por otro lado, el autor se traza una elevada meta artística: poner en
movimiento a un personaje que en la expresión pública de su pensamiento llegue
a ser creíble que realmente es ingenioso, meta que alcanza, sin duda, con
creces. El ingenio se exhibirá con brillantez especialmente en los intervalos
de lucidez del hidalgo en numerosas ocasiones con disquisiciones del mayor
interés sobre gran parte de los asuntos más importantes de la vida, lo que
constituye uno de los mayores encantos del Quijote. Pero también está presente
en sus dichos y hechos como pretendido caballero andante, por más que vayan
envueltos de locura.
El
ingenio es rasgo permanente del personaje, antes de enloquecer, durante la
locura y después de recuperar la cordura, aun cuando, por razones obvias, sus
mejores muestras tengan lugar en el periodo de locura. Y bien, después de todo
esto, cabe preguntarse: ¿qué tiene que ver esto del ingenio con la elaboración
del Quijote como una novela paródica y cómica? Pues todo. Esto estaba bien
claro para los coetáneos de Cervantes, tanto letrados como iletrados,
familiarizados con los libros de caballerías, a quienes forzosamente tenía que
sorprender que la cualidad principal positiva de un aspirante a caballero
andante fuese el ingenio, pues en ellos la cualidad por excelencia de éste, que
de ningún modo cabe excusar, es la valentía.
Por
tanto, el calificar a don Quijote como ingenioso ya desde el título mismo de la
obra no podía entenderse sino como algo irónico, impresión que el lector u oyente,
en su caso, veía corroborada nada más leer o escuchar el prólogo, los poemas
burlescos y los primeros capítulos en que ya observamos al personaje en acción.
En aquellos lo primero o lo que más se destaca de un caballero, cuando el
narrador u otros personajes hablan de él, es su valor, no digamos si el
caballero en cuestión es además el héroe protagonista de la novela.
Así en el
prototipo de la novela española de caballerías, el Amadís, su héroe principal
es con frecuencia honrado por terceros, pues el héroe caballeresco es además
humilde y nunca se elogiará a sí mismo, con el reconocimiento de su valor,
arrojo y ardor en combates y batallas, y virtudes de la misma constelación,
como fortaleza, bravura, tesón, esfuerzo, paciencia, &c. Cuando Oriana se atreve
a equiparar el valor de Galaor con el de su hermano Amadís, es el propio Galaor
el que en un breve, pero intenso elogio de su hermano, el que admite que ni él
ni nadie iguala a su hermano en valor y demás cualidades heroicas, que su
hermano posee en grado excepcional, pero la que más se pondera es la valentía,
que además de exaltada, en tan poco espacio es dos veces mencionada:
Pero hete
aquí que don Quijote, que se nos presenta él mismo como émulo de Amadís, su
héroe predilecto, no se caracteriza por el valor, sino por su ingenio, cualidad
que nunca se menciona hablando de Amadís. Esto no quiere decir que carezca de
él, pues hasta da muestras de dotes literarias durante su penitencia en la Peña
Pobre, pero ni es cualidad destacada en él en mención expresa ni en modo alguno
se puede poner por delante del valor. Lo que sí se espera de él, además de la
valentía como virtud suprema del caballero, es que tenga seso, esto es, un
entendimiento juicioso; por eso otra virtud importante del caballero andante es
la discreción, la cual le permite controlar y refrenar el ardor guerrero cuando
sea menester, pues el combate y la guerra requieren el manejo de conocimientos
además de arrojo y determinación.
MuChO tExT0 😎
ResponderEliminar