lunes, 4 de marzo de 2019

ESTRUCTURA DEL QUIJOTE DE LA MANCHA



Estructura narrativa

y personajes principales del Quijote
Ana Luisa  Morán
El Quijote de la Mancha es considerada, por unos, como una novela de caballería; otros, la señalan como el fin de la novela caballeresca y muchos como una parodia de las novelas de nobles caballeros. Sin duda,  es  una sátira de los libros de caballerías y un remedo de ellos. Ahora bien, el principio que parece guiar a Cervantes en la composición de su magna obra es el de que mayor será el efecto paródico cuanto más se imite la propia estructura narrativa y otros elementos de este género literario. De ahí, que pudiera parecer sorprendente la semejanza entre el uno y los otros.




Nada más abrir el libro se advierte la intención satírica y paródica del autor, no sólo por la declaración expresa de éste antes citada, sino también por los poemas burlescos firmados por héroes fabulosos, como Amadís de Gaula, de los libros de caballerías que precisamente se persigue parodiar. Más adelante, al analizar el remedo burlesco por parte de Cervantes del estilo de las novelas de caballerías, volveremos sobre estos poemas. Todos los elementos compositivos de la obra denuncian esa intención: la estructura narrativa, la construcción de los personajes principales, las aventuras, el estilo literario y el heroísmo quijotesco, que pasamos a analizar seguidamente desde la perspectiva de la interpretación del Quijote como novela cómica y paródica.

La estructura narrativa
La acción o trama de la novela se puede resumir en pocas palabras: el protagonista,  enloquecido  por la lectura de  libros de  caballerías, se cree un caballero andante, que lo en ellos relatado es verdad histórica y que, siendo posible restaurar en los «calamitosos» tiempos presentes los ideales caballerescos, decide lanzarse al mundo en pos de aventuras con el fin de hacer prevalecer en él la justicia, la bondad y la paz; pero, tras un sinfín de avatares, de los que normalmente sale golpeado, burlado y humillado, regresa finalmente derrotado a su aldea donde enferma gravemente, recupera la cordura, hace testamento y muere cristianamente.

Se trata de una novela de viajes o itinerante, al igual que lo habían sido los libros de caballerías, en los cuales los héroes constantemente salen por campos y bosques, acompañados de sus escuderos, en busca de aventuras. Tres son los viajes o salidas que emprende don Quijote, cada uno de los cuales tiene su propio itinerario y serie de peripecias, pero todos ellos, lejos de realizarse por tierras lejanas y exóticas, un tanto fantásticas, tienen lugar por un espacio geográfico real, España, por su zona central y nordeste, concretamente por la Mancha, Aragón y Cataluña.


 En realidad, el itinerario definitivo de cada salida no está prefijado de antemano; don Quijote se pone en marcha sin rumbo fijo, guiado sólo por la misión caballeresca de instaurar la justicia en el mundo que ha asumido. Es más, a imitación de los caballeros andantes de los libros de caballerías se deja conducir por donde su caballo decida tirar: «Prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras» Cervantes (2005).


Únicamente en la tercera salida el hidalgo manchego se marca una meta: participar en las justas de Zaragoza, destino que luego sobre la marcha alterará para dirigirse a las justas celebradas en Barcelona por san Juan, pero el camino que va a conducir a la pareja inmortal hasta la capital aragonesa en parte es resultado del albur, con un amplio giro por la Mancha oriental antes de emprender una ruta más derecha hacia Aragón.

La primera salida, iniciada al amanecer de un caluroso mes de julio y de apenas unos días de duración, tres concretamente, la más corta de las tres, conduce a don Quijote por el área de la Mancha próxima a su lugar de origen y regresa vapuleado a casa tras ser recogido por un vecino suyo, Pedro Alonso. En esta primera salida todavía no le acompaña Sancho Panza. La estructura de este corto viaje, con su salida y vuelta, lo muestra derrotado de sus primeras empresas caballerescas, prefigura la estructura de sus otros viajes, de más larga duración. La segunda salida, que va a durar unos dos meses, transcurre por los campos de Montiel, desde donde, tras la aventura de los galeotes, para no ser apresados por los cuadrilleros de la Santa Hermandad, huyen a Sierra Morena y desde allí regresan de nuevo a su aldea, esta vez enjaulado.


 En esta segunda salida le acompaña ya Sancho Panza, su escudero, que ya no le abandonará, sino que estará presente en todas las peripecias hasta el final y cuyas conversaciones interminables constituyen uno de los muchos grandes aciertos que adornan la novela y al mismo tiempo le permitirán al autor trazar un contraste entre la locura idealizadora de don Quijote y la mayor sensatez de Sancho,  aunque no se debe olvidar que Sancho se cree desde el principio, y así lo creerá durante toda lo novela, que su amo es realmente un caballero andante, y también se cree muchas otras ficciones de los libros de caballerías, no por locura, como su amo, sino por simplicidad y credulidad. Estas dos primeras salidas se relatan en la primera parte del Quijote.

Las ventas tienen un papel central en este segundo viaje,  don Quijote las  toma por castillos: la primera de ellas, porque allí se realiza la ceremonia de armarse caballero; pero es especialmente importante la segunda, la de Juan Palomeque, porque en ella suceden episodios importantes,  desde ella parten el héroe y su escudero en busca de nuevas aventuras,  y a ella regresan después de la expedición a Sierra Morena; también  de ella parten con el héroe enjaulado sobre un carro tirado por bueyes hacia su aldea acompañados de un cortejo de personajes y finalmente porque en ella convergen varias historias  que se entretejen con la narración principal en torno a nuestro héroe: las historias de Cardenio y Luscinda, de don Fernando y Dorotea, la de don Luis y Clara, de carácter sentimental, la historia del cautivo, que contiene muchos elementos autobiográficos del propio Cervantes, y además en la venta se lee la novelita sentimental, de corte italiano, El curioso impertinente. Es verdaderamente asombrosa la maestría narrativa del autor que consigue conducir con brillantez y naturalidad todas esas historias al compás de la trama principal, con la cual se integran sin mayor dificultad.

El tercer viaje discurre por la zona oriental de la Mancha, entre Albacete y Cuenca, y desde allí, luego de haber descendido hasta las lagunas de Ruidera, para visitar la cueva de Montesinos, emprenden viaje hasta Zaragoza, con la excusa de que allí se van a celebrar unas justas, en las que piensa participar don Quijote, pero, habiéndose enterado en una venta, antes de entrar en la ciudad, de la circulación de una segunda parte apócrifa de su historia en la que se afirma que él ha entrado en Zaragoza, decide no entrar en la ciudad para así desautorizarla y cambiar su itinerario dirigiéndose a Barcelona, para luego regresar, una vez derrotado por el Caballero de la Blanca Luna, en realidad su paisano Sansón Carrasco, a su aldea y allí morir en paz, no sin antes recobrar la cordura y abjurar de sus andanzas caballerescas y de los libros de caballerías.

Esta tercera salida se narra en la segunda parte del Quijote y transcurre durante el verano de 1614. Si en la segunda salida es una venta el lugar en torno al cual se organiza la sucesión de episodios, en la tercera salida, la más larga de las tres y que ocupa gran parte de la segunda parte del Quijote, a partir del capítulo octavo, ese papel lo desempeña el castillo de los Duques, cerca de Zaragoza, donde transcurren la mayoría de las aventuras de nuestro noble hidalgo y su escudero (II, 30-55) y de donde ambos saldrán, no vapuleados y molidos físicamente, como solía ocurrir en la primera parte, sino torturados psicológica y moralmente.

Como se ve, cada salida lleva aparejado el retorno al punto de origen, lo que ha llevado a algunos cervantistas, como Joaquín Casalduero  en Sentido y forma del Quijote, (    ) a hablar de la composición circular de la novela. El argumento ciertamente es circular, pues se reduce a contarnos la salida del hidalgo manchego de su aldea en pos de aventuras y su vuelta al hogar derrotado tras fracasar en cada una de sus tres salidas al mundo. Pero esta estructura circular de la novela no tiene nada que ver con el significado metafísico que Casalduero quiere atribuirle, pues en esa forma circular del argumento pretende ver nada menos que la expresión de la idea del Destino, de manera que en la primera salida ve ya, aunque de forma esquemática, pero menos metafísica, el destino de don Quijote en su totalidad.

En realidad, la forma circular de la novela no es sino un remedo de las novelas de caballerías, que se caracterizaban por esta configuración. Ya en la literatura artúrica se detecta este esquema: Lanzarote, una vez convertido en caballero de la Mesa Redonda, realiza una serie de salidas y retornos que tienen como centro la corte del rey Arturo. En las dos cumbres del género caballeresco español la presencia de la forma argumental circular es harto manifiesta. 

En el Amadís, paralelamente a Lanzarote, el héroe, luego de incorporarse como caballero a la corte del rey Lisuarte, emprende múltiples viajes aventureros que tienen la corte real como punto de salida y de retorno. En cuanto a Tirante el Blanco su composición circular no puede ser más impecable y a la vez más compleja que en los casos precedentes. Toda su trama argumental se desenvuelve en tres círculos encadenados de amplitud creciente tanto en extensión como en la calidad de las aventuras y cuyo centro se desplaza de lugar.

El primer círculo tiene como foco su tierra natal, la Pequeña Bretaña, a la que regresa después de su exitosa campaña como caballero en las fiestas organizadas con ocasión de la boda del rey de Inglaterra; el segundo círculo  tiene como centro Sicilia, a donde retorna tras su campaña norteafricana en compañía del rey de Francia; y el tercer círculo está centrado en Constantinopla, donde Tirante llegará al apogeo de su gloria, luego de haber conquistado el norte de África y recobrar el Imperio griego y presentarse ante el palacio imperial de la capital como un héroe victorioso.

En los libros de caballerías el regreso al punto de origen del círculo tiene el sentido de reconocer, honrar y festejar al caballero heroico por sus victorias. En el Quijote su organización circular posee un sentido burlesco de las novelas de caballerías. La humillante vuelta del hidalgo, vapuleado, por la noche y cargado sobre un burro en su primer viaje; el regreso enjaulado como fin del segundo viaje; y el retorno, derrotado en su tercera y definitiva escapada, por un camino en el que no la van a faltar nuevas humillaciones, no son sino una imitación satírica de los solemnes y fabulosos retornos de los héroes caballerescos, recibidos con todos los honores y destinatarios de toda suerte de agasajos.

Se ha dicho, por ejemplo por Juan Valera y Martín de Riquer, (2000) entre otros, que la trama del Quijote es inexistente o que carece de unidad. Esto es cierto en el sentido de que no hay un comienzo, un desarrollo y un desenlace o final exigido por el curso de la acción. Pero éste no es un rasgo singular de la novela cervantina, sino común a los libros de caballerías. Como en éstos, la única unidad que la acción narrativa posee viene dada por el hilvanamiento de los sucesivos episodios en torno a la figura del héroe y su inseparable escudero.

Es costumbre en los libros de caballerías recoger en un epígrafe al comienzo de cada capítulo a modo de resumen un adelanto de la principal aventura o peripecia que se va a relatar, aunque a veces se cuentan también otras no anunciadas en aquél expresamente, sino vagamente sugeridas, sin duda con la intención de sorprender al lector con algo inesperado.   Cervantes va a imitar ambos procedimientos, aunque al primero le imprimirá un toque burlesco; en cuanto al segundo, a veces dedica todo un capítulo a contarnos una única aventura, como, por ejemplo, en la de los batanes y en otras ocasiones nos cuenta varias en un solo capítulo. Así, por ejemplo, en el capítulo octavo de la primera parte se nos anuncia el relato de la aventura de los molinos, pero asimismo se nos cuentan la de los frailes de san Benito y la del vizcaíno, que se queda a medias, anunciado con la expresión imprecisa de «otros sucesos dignos de felice recordación».

Pero los episodios (ocupen uno o varios capítulos, sean anunciados con precisión o vagamente señalados para crear una atmósfera de misterio) o, como los llama Cervantes no sin ironía, aventuras, son independientes unos de otros, de manera que pueden leerse salteadamente o como unidades aisladas sin pérdida de sentido, pues cada uno lo tiene por sí mismo. Esto da un carácter al Quijote de novela abierta que deja en libertad al autor de multiplicar sin límites fijos las aventuras del héroe y su escudero y de insertar toda suerte de contenidos, religiosos, éticos, morales, políticos, filosófico-mundanos, &c., que imprimen al Quijote el aspecto de novela total, que le permite reflejar la totalidad de la vida humana y de la realidad española de su tiempo, y de ahí también su capacidad de provocar tan variado espectro de interpretaciones.

Es importante una observación acerca de la manera de introducir a Sancho en la trama novelesca. Se ha comentado, por ejemplo por Martín de Riquer (1999) en “Aproximación al Quijote”,  la habilidad de Cervantes en hacer entrar en escena a Sancho en la segunda salida, después de haber sido armado caballero don Quijote en la primera, en la que salió en solitario. Pues si Sancho hubiese estado en la venta donde se organizó la farsa de armar caballero a don Quijote, pues no lo armó un caballero sino el ventero, que don Quijote toma por alcaide de un castillo, se habría dado cuenta del engaño y de  que su futuro señor no es en realidad caballero, y creer que lo es es necesario para que sea verosímil que Sancho lo siga como escudero.

Aunque interesante, no nos convence esta sugerencia, y pensamos que sigue habiendo un punto de inverosimilitud en que Sancho siga a don Quijote sin percatarse del engaño. Recordemos que es convecino de don Quijote, que se conocen desde siempre y, por tanto, sabe que es un hidalgo pobre y cualquier persona de su época, aunque fuese analfabeta, como lo era Sancho, sabía perfectamente que un hidalgo pobre no podía ser, de acuerdo con las reglas de la caballería, un caballero.

De hecho, la propia sobrina de don Quijote, seguramente tan analfabeta como Sancho y harto consciente de la locura de su tío, al comienzo de la segunda parte le reprocha vivamente la imposibilidad de poder ser caballero siendo hidalgo pobre: «¡Que sepa vuestra merced tanto, señor tío, que, si fuese menester en una necesidad podría subir en un púlpito e irse a predicar por esas calles, y que con todo esto dé en una ceguera tan grande y en una sandez tan conocida, que se dé a entender que es... caballero, no lo siendo, porque aunque lo puedan ser los hidalgos, no lo son los pobres...!»  Cervantes (2005)

Por tanto, hubiera sido más verosímil la ficción si Cervantes le hubiese adjudicado como escudero a alguien de otra procedencia que no conociera a don Quijote.

La construcción de don Quijote

Basta con leer el célebre primer capítulo del Quijote para darse cuenta de la intención satírica de autor. En la manera como nos traza la figura de don Quijote cualquiera puede adivinar la intención de hacernos reír. Los datos que se nos proporciona sobre el protagonista y los complementos que forman parte de su construcción, como la armadura, el caballo, la dama de sus amores, el escudero, denuncian el carácter paródico que envuelve la arquitectura de la novela.


Ya el propio nombre «Quijote» tiene una connotación cómica, pues el sufijo –ote tiene un matiz ridículo. Y la denominación completa «don Quijote de la Mancha», remedo de las denominaciones rimbombantes de los libros de caballerías, constituye ya un primer golpe a éstos: no se sitúa aquí la acción en tierras lejanas y extrañas, normalmente frondosas y boscosas, como en el Amadís, sino en una región española bastante familiar para casi todos, por el contrario, árida y seca, en la que las florestas de que tanto se habla en aquellos son una rareza y en la que no sucedía nada extraordinario, sino sucesos anodinos.


 Enterado el lector de que el protagonista es un hidalgo pobre, acabará descubriendo también que el uso del tratamiento de «don» es no menos burlesco, pues los hidalgos pobres no tenían derecho a usarlo y el arrogarse ese derecho denotaba, en la época, un afán de aparentar una posición social por encima de sus aspiraciones. El aspecto físico del personaje también denuncia la misma intención. En vez de un protagonista joven, esbelto, apuesto y hermoso que con sólo mirarlo despierta suspiros en las damas, tenemos ahora uno, que aunque alto, es casi viejo (frisa en los cincuenta años), feo y extremamente flaco, tanto que las quijadas, como describe el propio autor despiadadamente, se besaban la una con la otra (II, 31, 786-7). Su figura, con sólo verla, despertaba la risa, como les sucede a las doncellas de los Duques, que tienen que contenerse para evitar reventar de risa en su presencia.


Su figura, con sólo verla, despertaba la risa, como les sucede a las doncellas de los Duques, que tienen que contenerse para evitar reventar de risa en su presencia. Si encima lo vemos vestido con una armadura arcaica, el efecto cómico pasa ya a ser desternillante. Don Quijote, decidido a convertirse en caballero andante, no encuentra otra que ponerse la armadura de unos bisabuelos.  Una vez que salga de  esa guisa ataviado,  la gente se  quedará admirado ante su aspecto grotesco, extravagante, pues tenía la apariencia, para una persona de comienzos del XVII, de un caballero de fines del siglo XV, de la época de la guerra de Granada, y aun de antes, quizás de mediados de ese siglo, si es que el bisabuelo al que pudo pertenecer la armadura debió de ser Gutierre Quijada, un caballero de los tiempos del reinado de Juan II de Castilla (1406-1454), del que don Quijote confiesa descender por línea directa de varón.

No menos cómico es su caballo Rocinante, cuyo nombre es ya una invitación a la risa. En vez de un esbelto, joven, sano, fuerte y veloz corcel sobre el que cabalgaban los caballeros de las novelas caballerescas, el hidalgo manchego monta sobre un viejo rocín, bajo, escuálido, plagado de mataduras o llagas (más adelante se añadirá que está también consumido por la tisis) y débil, al que ya se le atraganta la carrera y, por tanto, inapropiado para las empresas guerreras en las que piensa participar.


No obstante, al noble hidalgo le parece el mejor caballo del mundo, al que ni Bucéfalo de Alejandro ni Babieca del Cid le igualan. Nótese que el caballo de don Quijote, con su mala traza, viene a ser un eco de la mala figura del hidalgo y que las cualidades físicas de éste se corresponden en réplica casi exacta con las del animal, salvo en la altura, ya que éste es de poca alzada. Pero hasta esto parece pensado para producir un efecto de hilaridad: imaginemos la cómica escena del larguirucho don Quijote a caballo sobre un animal bajo.


En cuanto al aspecto psíquico del personaje, hay dos notas fundamentales que merecen destacarse en relación con la elaboración de don Quijote como personaje paródico.

En primer lugar, hay que referirse, por supuesto, a la bien conocida locura que le caracteriza. Para nuestros fines, no importa saber qué clase de enajenación mental le aquejaba desde el punto de vista de la psiquiatría actual, por lo que dejamos este asunto de lado. Para nuestros fines nos basta con  conocer los datos  que el autor nos da sobre   los rasgos de la  locura quijotesca, no importa cuál sea el mejor diagnóstico psiquiátrico actual sobre ella, para determinar su función en la construcción de la novela como obra burlesca de los libros de caballerías. Lo primero que hemos de destacar, a este respecto, es que la locura del hidalgo es en sí misma paródica, pues, al hacerle creer al hidalgo que en realidad es un caballero andante y que es posible restaurar en el detestable presente la misión de la caballería, se convertirá en una útil herramienta en manos del autor para satirizar a cada instante los más diversos episodios de la literatura caballeresca.

Pero esto no es todo. Si Cervantes se hubiera conformado con haber presentado de esta manera la locura quijotesca, no le habría sacado al personaje todo el jugo literario que finalmente le ha exprimido. Pero él le da una vuelta de tuerca más a la demencia del hidalgo, caracterizándola con un rasgo singular que le va a dar un enorme juego tanto en la construcción del personaje como en la confección global del Quijote.

El carácter intermitente de su locura, de tal modo que a momentos de la más completa enajenación que le lleva a pensar, sentir y a actuar como un héroe caballeresco escapado de una novela, le suceden intervalos de lucidez en los que se comporta cuerdamente. Esta dualidad en el proceder de don Quijote sorprende a los personajes que tienen trato con él. Lo que llevará a algunos, como don Lorenzo de Miranda, a definirlo como un «loco entreverado, lleno de lúcidos intervalos»(II, 18, 684) y a otros a caracterizarlo como un «cuerdo loco» o como un «loco cuerdo», como Sancho en una carta a su esposa, recogiendo así, según reconoce él mismo, la opinión que circula por el castillo ducal acerca de su amo, o como ambas cosas a la vez , esto es, «un cuerdo loco y un loco que tira a cuerdo», según don Diego de Miranda.

Ahora bien, las fases de lucidez del hidalgo no funcionan de cualquier manera, sino que siguen una regla fija: su cordura sólo se manifiesta en los discursos y conversaciones del personaje ajenos a los asuntos tocantes a los libros de  caballerías y todo lo que tenga que ver con su misión caballeresca, pues en cuanto se rozan estas cosas, resurge de nuevo la locura. Este aspecto de la misma lo ha descrito magníficamente el cura, quien intentando poner al corriente a Dorotea y a Cardenio sobre el género de locura que se ha adueñado del hidalgo, dice así: «Fuera de las simplicidades que este buen hidalgo dice tocantes a su locura, si le tratan de otras cosas discurre con bonísimas razones y muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo; de manera que como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento.» Cervantes (2005)

A la misma conclusión llega don Diego de Miranda, padre de don Lorenzo, tras un proceso, perfectamente descrito por el autor, que abarca dos fases: en la primera, luego de ver la delgada figura de don Quijote con sus armas, a caballo sobre su viejo rocín tan macilento y de presentarse ante él con un discurso en que hace una apología de su condición de caballero andante y de la misión que viene desempeñando como tal, así como de la veracidad histórica de los libros de caballerías, llega a sospechar que aquél no está en sus cabales; en la segunda, después de escucharle un juicioso discurso acerca de la educación de los hijos, la literatura y la sátira, por un lado, y de haberle visto, por otro lado, emprender a renglón seguido, en agudo contraste con lo anterior, la aventura de los leones, don Diego llega a un diagnóstico más certero sobre la naturaleza de la insania de don Quijote:

«En todo este tiempo no había hablado palabra don Diego de Miranda, todo atento a mirar y a notar los hechos y palabras de don Quijote, pareciéndole que era un cuerdo loco y un loco que tiraba a cuerdo... Ya le tenía por cuerdo y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacía, disparatado, temerario y tonto. Y decía entre sí: ‘¿Qué más locura puede ser que ponerse la celada llena de requesones y darse a entender que le ablandaban los cascos los encantadores? ¿Y qué mayor temeridad y disparate que querer pelear por fuerza con leones?’» Cervantes (2005: Cap. II)

sus hechos..., para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo.» Y más adelante, se explica así ante su hijo:«Le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo y decir razones tan discretas, que borran y deshacen.

Así, pues, la locura quijotesca tiene dos fases: una delirante, de carácter monomaníaco, en que los hechos, discursos y razones del hidalgo son disparatados, pero conciernen sólo a un único tema, a la obsesión por considerar los libros de caballerías como crónicas históricas y a considerarse y a actuar él mismo como un nuevo caballero andante que ha de seguirlos en todo como si fuesen la Biblia; y otra de lucidez, en que sus discursos, conversaciones y razones son discretos y concertados, siempre y cuando no se entre en su monotema.

Ahora bien, conviene advertir que en los intervalos de lucidez, el sedicente caballero manchego no deja de estar loco, pues sigue creyéndose ser don Quijote y habla y razona manteniendo esta identidad, esto es, no habla y razona con la conciencia de ser Alonso Quijano. Por tanto, los intervalos de cordura se dan y presuponen la locura como rasgo de fondo del personaje, la cual no se anula nunca, hasta que en el capítulo final recupera total y definitivamente la sensatez.

La singularidad de la dualidad y del carácter monomaníaco del trastorno psíquico del protagonista es, en manos de Cervantes, un instrumento de gran fertilidad literaria. Al tiempo que le permite, en virtud de su delirio monomaníaco, someter a una chanza constante las novelas caballerescas, ridiculizando una y otra vez las pretensiones heroicas de don Quijote al verse pulverizadas en cuanto decide obrar según su dictado, le permite asimismo componer un personaje psicológicamente más complejo.

Por otra parte, los momentos de sensatez del personaje le proporcionan una útil y versátil herramienta para componer discursos, diálogos, en que el ilustre hidalgo nos aporta comentarios y disquisiciones sobre los más diversos temas y elementos de la experiencia y existencia humanas. Esto hace que la magna novela cervantina, en correspondencia con la dualidad del desequilibrio mental de su protagonista, también tenga una dimensión dual, cómica y seria: cómica, en cuanto que los dichos y hechos del sedicente caballero andante se nos ofrecen como diatriba cómica contra la literatura de caballerías; seria, en cuanto que lo dicho por él en su tiempos de sensatez en forma de discurso o de diálogo con otros personajes hemos de tomarlo como enriquecedoras reflexiones que nos ilustran acerca de prácticamente todos los aspectos relevantes de la vida humana.

La otra nota fundamental del personaje que merece resaltarse es la de su ingenio, cuyas manifestaciones despiertan no menos admiración entre los testigos de las mismas que su peculiar locura. Junto con ésta, es, sin duda, el rasgo más definitorio de la personalidad del hidalgo. No en vano el propio autor en el título mismo de la obra lo presenta como el elemento determinante de la figura de don Quijote: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que en la segunda parte se mantiene cambiando tan sólo «hidalgo» por «caballero».

Así que el ilustre hidalgo se caracteriza por estar dotado de un entendimiento ingenioso, esto es, creativo o inventivo. Al enloquecer, lo que pierde es el juicio, la capacidad de su entendimiento de discernir la fantasía de la realidad y de actuar ajustando el pensamiento a ésta, pero queda preservado incólume el ingenio de su entendimiento. Desde esta perspectiva, se puede ver a don Quijote, una vez desequilibrado por la intoxicación literaria de los libros de caballerías, como un ingenio sin juicio.

Ante esto, nuestra primera reacción ha de ser la de reconocer el talento de Cervantes en la construcción del personaje: parece querer compensar un grave defecto del personaje, su enajenación mental, con una gran virtud, la posesión de un buen ingenio. De otro modo, el personaje podría resultar demasiado simple. Por otro lado, el autor se traza una elevada meta artística: poner en movimiento a un personaje que en la expresión pública de su pensamiento llegue a ser creíble que realmente es ingenioso, meta que alcanza, sin duda, con creces. El ingenio se exhibirá con brillantez especialmente en los intervalos de lucidez del hidalgo en numerosas ocasiones con disquisiciones del mayor interés sobre gran parte de los asuntos más importantes de la vida, lo que constituye uno de los mayores encantos del Quijote. Pero también está presente en sus dichos y hechos como pretendido caballero andante, por más que vayan envueltos de locura. 

El ingenio es rasgo permanente del personaje, antes de enloquecer, durante la locura y después de recuperar la cordura, aun cuando, por razones obvias, sus mejores muestras tengan lugar en el periodo de locura. Y bien, después de todo esto, cabe preguntarse: ¿qué tiene que ver esto del ingenio con la elaboración del Quijote como una novela paródica y cómica? Pues todo. Esto estaba bien claro para los coetáneos de Cervantes, tanto letrados como iletrados, familiarizados con los libros de caballerías, a quienes forzosamente tenía que sorprender que la cualidad principal positiva de un aspirante a caballero andante fuese el ingenio, pues en ellos la cualidad por excelencia de éste, que de ningún modo cabe excusar, es la valentía.


Por tanto, el calificar a don Quijote como ingenioso ya desde el título mismo de la obra no podía entenderse sino como algo irónico, impresión que el lector u oyente, en su caso, veía corroborada nada más leer o escuchar el prólogo, los poemas burlescos y los primeros capítulos en que ya observamos al personaje en acción. En aquellos lo primero o lo que más se destaca de un caballero, cuando el narrador u otros personajes hablan de él, es su valor, no digamos si el caballero en cuestión es además el héroe protagonista de la novela.

Así en el prototipo de la novela española de caballerías, el Amadís, su héroe principal es con frecuencia honrado por terceros, pues el héroe caballeresco es además humilde y nunca se elogiará a sí mismo, con el reconocimiento de su valor, arrojo y ardor en combates y batallas, y virtudes de la misma constelación, como fortaleza, bravura, tesón, esfuerzo, paciencia, &c. Cuando Oriana se atreve a equiparar el valor de Galaor con el de su hermano Amadís, es el propio Galaor el que en un breve, pero intenso elogio de su hermano, el que admite que ni él ni nadie iguala a su hermano en valor y demás cualidades heroicas, que su hermano posee en grado excepcional, pero la que más se pondera es la valentía, que además de exaltada, en tan poco espacio es dos veces mencionada:

 «Mi señora tanto ay de la igualança y ardimento [= valentía] mío al de Amadís, como de la tierra al cielo; y muy gran locura sería de ninguno pensar de ser su igual, porque Dios lo estremó sobre todos cuantos en el mundo son, assí en fortaleza como en todas las otras buenas maneras que caballero deve tener.» (III, 66, 1001) (Citamos por la edición del Amadís de Cátedra, 2005, a cargo de Juan Manuel Cacho Blecua.)

Pero hete aquí que don Quijote, que se nos presenta él mismo como émulo de Amadís, su héroe predilecto, no se caracteriza por el valor, sino por su ingenio, cualidad que nunca se menciona hablando de Amadís. Esto no quiere decir que carezca de él, pues hasta da muestras de dotes literarias durante su penitencia en la Peña Pobre, pero ni es cualidad destacada en él en mención expresa ni en modo alguno se puede poner por delante del valor. Lo que sí se espera de él, además de la valentía como virtud suprema del caballero, es que tenga seso, esto es, un entendimiento juicioso; por eso otra virtud importante del caballero andante es la discreción, la cual le permite controlar y refrenar el ardor guerrero cuando sea menester, pues el combate y la guerra requieren el manejo de conocimientos además de arrojo y determinación.































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